Extracto de la obra que se encuentra en proceso de recepción por Sebastián Blaksley, denominada hasta el momento como "Resurrección: La conciencia del nuevo cielo y la nueva tierra"
17. La ley de la vida
Amada alma llena de gracia. Soy el Arcángel Rafael. Por bendición de la voluntad divina me es dado el privilegio y regalo de ser portador de la revelación que se manifiesta en este diálogo de amor y verdad. Tal como ya lo has experimentado y conocido, solo existe una voz verdadera y esa es la de Cristo, rey de reyes, amor de todo amor, luz de toda luz verdadera.
Mi corazón arcangélico canta a la grandeza del Señor de la vida y creador de todo lo que es santo, perfecto, puro. Él, con su divino poder, extiende amor eternamente. Su divina maternidad crea vida en abundancia en un fluir constante que nada ni nadie puede detener jamás. Lo infinito se hace forma en el amor. Una de esas expresiones, que sin embargo reúne dentro de sí la esencia de Dios, eres tú, que recibes estas palabras. Corazón bendito, has de saber que has sido elegido en el designio para co-crear juntos el nuevo cielo y la nueva tierra.
Luz de resurrección. Pensamiento de santidad. Ser de amor perfecto. Eres la alegría de la creación. Se que aún no puedes experimentar en toda su dimensión, cuánta dicha se extiende a todo el universo en razón de tu existencia. Pero llegará el día en que serás consciente de ello, y la humildad que procede de vivir en la verdad hará que te fundas en un cántico sempiterno de alabanza perfecta y profunda gratitud. Verás la gloria de Cristo en ti extendiéndose por todas partes como si se tratara de un caudaloso río de luz. Es la gracia divina manifestándose desde el centro de tu corazón hacia todo y todos.
Los rayos de divina realidad que emanan de tu ser abrazan cada cosa que existe, se mueve y es. Es la extensión del abrazo del amor. Nada queda excluido de ello. Tú, alma enamorada. Tú que has resucitado a la vida eterna en la unidad de Cristo. Tú que has hecho la opción fundamental por el amor. A ti te digo que la luz de toda luz verdadera, esa que ningún ojo puede mirar sin quedar enceguecido, se derrama toda sobre tu ser y te abraza sin dejar fuera de sí nada de lo que eres. Y desde tu realidad santa, tú mismo la extiendes al resto de la creación, en unidad con tus hermanas y hermanos, conmigo y con la Madre del amor.
La unión perfecta de lo humano y lo divino es en sí la resurrección. Esto se debe a que ella es la convergencia de la forma y el contenido de la verdad. La expresión del amor y su fuente. La alegría de compartir tal como es en Dios. ¿Acaso no escuchas en el centro de tu corazón, cómo cantan las flores, como bailan las aves al ritmo del viento? Su canto y su danza son su forma única e irrepetible de expresión de la dicha de existir.
No hay expresión de gratitud más perfecta que la sonrisa sincera del corazón enamorado, el cual vive alegre en el amor. Así es como los corazones de la filiación moran por siempre en la perfecta realidad de Dios. Entre ellos estás tú. No como uno más. Sino como la forma única de Cristo en ti. En verdad, en verdad te digo que sin ti, a nuestra Divina Madre le faltaría algo. Sería incompleta. No en su esencia, pero sí en el conocimiento de la creación hacia ella. Fuiste creada como expresión santa de la voluntad del amor perfecto de darse a conocer. Esto lo sabes bien.
A pesar del hecho de que tu mente es portadora de la verdad que aquí se revela. Aún no has hecho de la vida eterna tú única manera de pensar, sentir y ser. Esto es lo que en verdad, y no en ilusiones, significa vivir como el resucitado que eres. Si la muerte no existe, ni tiene consecuencias; si la vida sin fin es lo único que es real, porque es lo único que es verdad, ¿Qué espacio puede haber para la congoja? ¿Dónde podría morar la tristeza? ¿Qué sentido puede tener la lucha y la culpa?
Amados hijos e hijas del mundo entero. Escuchad lo que os vengo a recordar, por la gracia de la voluntad amorosa de la Divina Madre. No moriréis. Nadie morirá. Nada que haya sido llamado a la existencia dejará de ser. Os aseguro que las estrellas permanecerán por toda la eternidad, así como también lo harán las piedras y el viento. Los planetas y la aurora. Los cuerpos y los espíritus. Las mentes y la música.
Todo aquello a lo que la Madre divina le da vida y existencia es eterno en razón de lo que ella es. Esta es la ley sobre la que descansa la vida. Nadie puede abolirla. Nada puede modificarla. Si se entiende bien lo que aquí se dice, se comprenderá que en ella residen las leyes de la naturaleza, la de la causa y efecto, y la del amor también. Ella es en sí la fuente, el origen y el fin de toda ley verdadera. Incluso aquello que rige la dinámica de los átomos y los elementos está sujeto a ella. También lo que mueve al alma y a la mente. Al espíritu y al corazón.
Hay vida más allá del tiempo. Hay amor, allende la experiencia terrenal. Hay voluntad en el cielo de Dios. Hay discernimiento. Y también hay todo lo demás, que seas capaz de concebir y no concebir. No existe posibilidad alguna de que te desvanezcas en la nada, ni tu mente deje de ser la que es, ni tu alma, ni nada del universo. Esta es la razón por la que es perfectamente aceptable la inexorabilidad de la resurrección. Sin ella, la vida eterna no sería tal.
Amada mía. Tal como ya sabes, muchos niños y niñas lloran cuando nacen al mundo. Esto se debe, entre otras razones, a que les atemoriza separarse del estado en el que se encontraban, y tener que sumergirse en la experiencia terrenal. Todo lo opuesto acontece en el momento del abrazo definitivo del amor, que es el nombre que dulcemente te pido que le des al tránsito que se hace desde el reino del tiempo al del no tiempo. Es decir, hacia la verdadera vida que eternamente vives en Dios.
Hijas e hijos de la santidad. ¿Cuántas veces habéis escuchado que la muerte no existe, que solo hay vida sin fin, alegría infinita, eternidad de amor? Incontables. Incluso aquellos que con un corazón sincero responderían con un “nunca”, o “pocas veces”, llevan dentro de sí el conocimiento perfecto de que la vida eterna es la única realidad en la que todos permanecen por siempre unidos a Dios.
Consecuentemente, tanto si habéis oído esa afirmación muchas veces o ninguna, sabéis que lo que aquí se os recuerda es verdad. Lo sabéis puesto que habéis venido al mundo con ese saber santo, el cual constituye el fundamento de toda verdad. Aún así, no habéis todavía hecho de él la piedra angular de vuestro pensar, sentir y vivir.
Esta manifestación del cielo que aquí se regala para el bien de muchos, os es dada precisamente para que, a partir de ahora hagáis la opción consciente de sustentar todo vuestro sistema de pensamiento, sentimiento, fe y esperanza, en la certeza perfecta de vuestra resurrección. No como algo que ocurrirá, sino como lo que sois. Por ende, como vuestra realidad ahora y siempre. Alma bendita. Tú que recibes estas palabras. Has de recordar que eres la resucitada. Esto es lo mismo que decir que eres amor y nada más que amor.
Amadas y amados de todo el mundo. Si tras estar recorriendo juntos - en unión con Jesús, María, los benditos ángeles de luz, y toda la creación verdadera de la Madre de todo lo creado -, la senda del amor hermoso - del cual forman parte todas las revelaciones dadas a este bendito lápiz en las manos del amor, escriba del cielo, quien aquí transmite los mensajes divinos -, seguís esperando que la resurrección sea el premio final, no habéis avanzado lo suficiente.
Vivir eternamente en los brazos del amor es tu destino. Esto no es algo que puedas comprender con la mente pensante o que requiera una nueva creencia. La meta de esta obra no es sustituir un sistema de pensamiento por otro. De hecho, los que han llegado a este punto del camino, saben que ya no es necesario pensar nada. Tampoco se pide aplicar esfuerzo mental o de razonamiento de ninguna especie. La afirmación de la verdad que acá estamos recodado es tan conocida por tu ser como lo es el conocimiento del amor de Dios y de lo que eres. En efecto, es lo que eres.
Nunca antes se había asociado de modo tan directo a la resurrección con la verdadera identidad del ser. En esto radica la gracia central de esta manifestación. En que, gracias a la sanación de la memoria que ya has alcanzado, comienzas a aceptar el hecho de ser la resurrección y la vida. Este cambio de consciencia es de tal magnitud que no puedes siquiera imaginar los efectos universales que conlleva.
¿No es acaso cierto que abandonar para siempre la idea y percepción de que puede existir algo semejante a la muerte, es soltar la piedra fundamental del sistema de pensamiento del mundo y los cimientos de la separación? ¿Acaso no significa esto dejar a un lado la causa de todo miedo? Así de radical es la llamada que el amor te está haciendo. Te pide que dejes de creer en la resurrección para que pases a ser su expresión fidedigna, la pura manifestación de su realidad. Por ello es que te recuerdo ahora que nunca será suficiente el decirte una y otra vez:
Alma llena de gracia. Nacida de la Madre de la vida eterna. Sustentada por siempre en su divino amor, que es fuente de todo lo creado. Eres la resurrección y la vida. Eres una con la verdad.
Tú que recibes estas palabras. Te invito a repetir para tus adentros, o a viva voz si así lo prefieres, la oración que aquí se te regala. De ese modo, te estarás haciendo acompañar por la verdad. Por causa de ello, tu mente reposará en paz, y tu corazón se alegrará, pues reconocerán en ella la voz del amor.
¡Bendita seas tú que has abierto tu humanidad para recibir del cielo la gracia de la santidad!
