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Capítulo 53 - La obra de Mis manos

Actualizado: 22 may 2021

I. Alma de Cristo

Hijos míos.


El amor no abandona la obra de sus manos. Llevad esta verdad muy en lo alto de vuestras mentes y lo profundo de vuestros corazones. Puede que a veces no comprendáis la totalidad de sus obras y por ello consideréis las cosas con cierta falta de sabiduría. Aún así, la obra del amor sigue adelante, sin desvíos ni dilaciones. Sin riesgos de fracasar en nada. El amor siempre triunfa. Nunca lucha. Siempre vence. Nunca se defiende. Sabe que nada puede obliterarlo. Conoce la verdad, pues se conoce a sí mismo. Por ello descansa en la paz inquebrantable de su eterna realidad. Sabe que no existe nada que se pueda oponer a él. No porque sea poderoso o deje de serlo. Sino porque no tiene contrario. Solo existe su eterna extensión, en la dicha de la vida sin fin.


Amor es lo que eres. Amor es la creación. Amor es la fuente de la vida y la vida en sí. Amor es el pensamiento divino. Y amor lo que brota de su corazón. En verdad, en verdad os digo que el amor suscita toda forma de vida que ven vuestros ojos y más allá. Cada pequeña abeja, cada garza que surca los aires con su majestuosidad, cada cetáceo que danza en las inmensidades de los mares, y cada niño que nace cada día. Todo ello, al igual que cada rayo de luz y todo lo demás, no es otra cosa que la gracia viviente del amor extendiéndose. Vida, amor, extensión. En ello consiste la realidad de Dios.


Alma enamorada. ¿Verdad que la idea de que pueda existir una fuerza superior a Dios que sea capaz de doblegarlo, echando por tierra sus planes, y riéndose de su fracaso, es algo que carece de sentido? ¿Qué fuente podría tener aquello que tendría el poder de destruir las obras del amor? ¿Con qué finalidad podría el amor, fuente única de creación, crear algo así? Amado mío. ¡Qué simple es la verdad! ¡Qué certera la sabiduría! ¡Qué alegría es saber que nunca estás solo! ¡Cuánto júbilo experimenta el alma al reconocer que el amor no la abandonará jamás, pues sabe que ella es la obra de sus manos!


Las obras del amor nacen del silencio. En él se gestan y crean. Como todo lo que fluye de la vida. Esta es la razón por la que muchas veces sientes que mi presencia en tu vida se ha apartado. O que me ausento de ti. Hoy he venido a decirte una vez más a ti, y a todo aquel que recibe estas palabras, que no tengáis miedo. No existe un sólo instante de vuestras vidas en que yo no esté a vuestro lado y en vosotros. Velando, creando, recreando, ajustando y conduciendo. Ensanchando. Extendiendo vuestras vidas más allá de toda limitación. Os aseguro que Mi corazón trama para vosotros, cosas de amor que ni siquiera podéis imaginar en su grandeza y santidad.


No os preocupéis por nada. Y cuando digo nada, digo nada. Vuestro Cristo amado. Vuestro hermano Jesús, el siempre vivo. El eternamente unido al Inmaculado corazón de María, Madre de los vivientes, está con vosotros. No como un simple compañero de viaje que ilumina. Sino como la unidad de lo que sois. Desde la cual se crea vida en abundancia. Yo soy la vida del ser. La fuente del amor hermoso. Y la voluntad perfecta de una consciencia tan pura y santa como no puede describirse. Soy el alma de Cristo hecha palabra viva y vivificante. Soy la fuente de los milagros.


Todo lo que acontece en vuestras vidas me pertenece, porque habéis dicho sí al amor. Y al hacerlo, os consagrasteis a Mí. No os creéis preocupaciones acerca de cómo debe realizarse la manifestación de ello en el mundo. Os digo en santidad, que nada podrá quitarles el gozo de vuestro sí a Cristo. Nada ni nadie podrá arrebatarles el tesoro que habéis hallado. En verdad, en verdad os digo que la dracma encontrada no se puede volver a perder. Dios no hace cosas para luego des-hacerlas. No sabe nada de casualidades, ni de jugar a los dados. Dios es certeza perfecta. Seguridad inquebrantable. Gozo sin fin. Su único juego es el del amor hermoso. El cual consiste en extender eternamente la hermosura y santidad de su divino ser de puro amor. De ello brota su alegría perfecta. Y el júbilo de la creación.

II. El silencio del amor

Los que viven en Dios no tienen razones para temer. Puede que por causa de ciertas costumbres, o patrones mentales y emocionales, se confundan de vez en cuando y retornen a temores del pasado. Muchas veces ello emana de una memoria procedente de un tiempo tan ancestral, que ni siquiera puede ser comprendido cabalmente. Incluso puede deberse a recuerdos de índole colectivo, experiencias que se han alojado en la memoria de la especie humana. En fin, del aprendizaje del mundo, el cual compartís en ciertos aspectos con casi todas las criaturas de la tierra. No os preocupéis por ello. Dejad que venga si viene, y que se vaya cuando tenga que irse. Siempre se va.


El miedo es una emoción. Y las emociones son tan fugaces como lo es una pequeñísima chispita de fuego dentro de la vastedad del cosmos. No os identifiquéis con ellas. ¿Acaso el universo lo hace? Vuestro saber del mundo no puede darles a conocer qué cosas trama el amor para sus consagrados. Algunos de sus planes os son mostrados para calmar la ansiedad que a veces os causa el miedo a la incertidumbre. Pero no todo puede seros revelado. La mente pensante no puede comprender el lenguaje de Dios, porque es un lenguaje sin palabras, y ella solo sabe de símbolos. Todo lo creado, es creado en el silencio del amor. Vuestras vidas y realidades también. Mirad a vuestro alrededor, todo crece en silencio.


Una vez me entregáis vuestras vidas, ya no sois los dueños de ellas. Es el cielo quien las dirige. No conforme a sus caprichos o juegos. Sino en razón de la divina sabiduría, siempre amorosa, segura, dichosa. Los ángeles se hacen más presentes que nunca en vuestro caminar, ya que les habéis abierto las puertas de par en par, y los habéis invitado a que formen parte de vuestras relaciones. Ellos custodian, no solo para que caminéis por la senda de la santidad hacia la casa del Padre, sino para que seáis felices en el amor desde ahora y para siempre. Ese es su modo de servir al hijo de Dios. Servicio santo en el que reside su alegría sin fin. Todo ha sido creado para servir, incluyendo vuestras vidas. Todo ha sido creado para servir al amor.


El amor sirve, por ello es que crea. Pues la creación sirve al propósito de su eterna extensión, que es la esencia del poder creador. Sin creación, la potencia creadora no se manifestaría y con ello, algo de Dios quedaría sin darse a conocer. Algo que de por sí sería imposible. Os digo esto para que podáis daros cuenta de que no existe un solo aspecto de la creación que no tenga como finalidad el servir, incluyendo vuestras vidas. Si se lo entiende bien, servir es el gozo del ser, y lo que da paz al corazón. Indudablemente el servir del cual estamos hablando acá no es el del mundo. Es el servir como causa de aquello que os da la existencia. Así como vosotros servís al propósito del creador siendo lo que sois, vuestras creaciones sirven a vuestro propósito en razón de lo que son. Ellas extienden vuestro ser, creando en unión con el Espíritu Santo siempre fecundo, un nuevo amor. El cual es efecto del amor que sois. Y a la vez causa de un nuevo amor santo.


Os revelo estas cosas para que viváis en la verdad. Y no tengáis miedo. Vuestras almas cantan, vibran y se alegran al oír mi voz. Vuestros corazones la reconocen pues son dulces retoños de la Palabra Divina, la cual da vida a todo lo que existe. Os invito a permanecer en Mi paz. Para que la luz de mi mirada os ilumine. Y quedéis fundidos a mi divino ser en un eterno abrazo de amor. Os aseguro que en nuestra relación directa mora el cielo, y todo lo que emana de la perfección de la santidad. No existe nada con lo que pueda compararse su hermosura, gracia y perfección. Es la alegría de la creación. Permaneced en ella conscientemente, y dejad que el eterno amante de las almas haga en vosotros, y por vosotros, lo que ni ojo vio, ni oído oyó.


Os aseguro que mi amor continuará haciendo maravillas en vosotros, todos los días de vuestras vidas.


Os doy la gracias por vuestro sí.


Morad en la paz.

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