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El trono Divino

Foto del escritor: Sebastián BlaksleySebastián Blaksley

I. Los planes del amor


Tal como se ha estado revelando, el deseo de hacer realidad la separación creó todo un mundo de opuestos y de experiencias ajenas al amor, en el sentido en que no era la voluntad original ni del alma ni de Dios que algo contrario a la verdad existiera. De hecho, solo puede existir en el plano de la inconsciencia o ilusión, nunca en la realidad eterna.


Lo que aquí se dice debe expandirse, para no caer en el error de creer que cometiste un pecado de magnitud universal al elegir la opción de la experiencia de separación. Y que tu Madre divina, ajena a todo ello, tuvo que salir a tu rescate como si fueras una hija “díscola” o conflictiva. Pensar algo así acerca de ti, alma llena de luz, o de la creación de Dios, es algo tan falto de amor que carece de sentido el detenerse en ello.


Cuando se ejerció la opción por los opuestos, como medio para alcanzar el conocimiento, también se supo que la resurrección era su desenlace final. Ni tú, ni Cristo, ni tu Divina Madre, desde cuyo corazón santo brotan estas palabras, ni ningún aspecto de la verdadera creación, quisieron crear una opción de separación irrevocable. Ni lo hicieron.


El hecho de que a todo lo que formaría parte de la experiencia dual le llegaría su final, es algo que estaba contemplado en ella desde siempre. También el evento de la encarnación Crística, creación esta que nunca estuvo sujeta al acto de optar por la separación o no.


Fuere cual fuere la manifestación del ejercicio de la libertad de la hija de Dios, Cristo se uniría a la naturaleza humana porque ello es parte del plan divino y no puede cambiarse. Todo converge en Cristo y por siempre convergerá en Él. Esto se debe a que todo ha sido creado para Él, con Él y en Él. Recuerda, amada mía, que la creación le pertenece al amor y nada más que al amor. Es decir, a Cristo.


En el pasado, tanto en forma individual como universal, se ha hecho hincapié de modo primordial - por no decir casi en exclusiva - en los elementos propios de la culpabilidad y el dolor que la experiencia – siempre temporal – de la separación han causado y causan. Esto, tal como se ha dicho ya, formó parte de un patrón de pensamiento individual y colectivo. De alguna manera, la historia completa no ha sido tenida en cuenta.


La mente pensante, cuando estaba identificada con el ego, centró prácticamente todas sus capacidades en lidiar con la creencia en la muerte, o de dejar de ser, lo cual es lo mismo, en un mundo que se percibía como hostil y desafiante. Uno en el que cada día parecía existir la necesidad de luchar para estar vivo un tiempo más, hasta que llegara el último de ellos, en el que la lucha ya no tendría sentido, y finalmente la batalla por la supervivencia se perdería, dado que a todo le llega el final. Ante una realidad percibida de ese modo, la mente quedó aturdida. Sintió que había venido a un campo de combate. No veía otras opciones. Esto se debe a que los ruidos ensordecedores de la guerra percibida impedían que mirase más allá de lo aparentemente obvio, hacia la dulce y serena faz de Cristo, en cuya realidad moraba por siempre feliz. Así fue durante muchos milenios para la creación. Hasta que estuvo lista para vislumbrar que existía algo más allá de lo que veían sus ojos o percibía con los sentidos corporales. Vislumbrar en este contexto significa, recordar.


II. Hacia la luz del Padre


A medida que el recuerdo de la verdad comenzó a alborear en la consciencia universal, la humanidad, y con ella el resto del universo físico, comenzó a elevarse. Lo hizo en el sentido en que su mente y corazón - y esto se aplica a cada aspecto de la creación - empezaron a vivir conscientemente unidos al cielo. Ya no era una humanidad que solamente luchaba para sobrevivir, en la desgastante lucha por la supervivencia y la supremacía del “más apto”. Comenzaba a recordar que tenía un origen divino, y que ello, aunque innombrable, era amor perfecto. Estaba lista para recibir a Cristo en su propia carne. No solo Dios comenzaba a recordarse, sino que con ese recuerdo se hacía uno con todo lo creado, como siempre lo ha sido. Dejaba de ser una remembranza, para pasar a ser uno con todo y todos, es decir una realidad cercana, directa, real, integrable.


Y cuando Cristo se hizo hombre, una nueva creación surgió. O, mejor dicho, su encarnación es la fuente de la nueva creación. De ella brota una nueva realidad, la cual comenzó a manifestarse inmediatamente tras ese “evento de consciencia universal” manifestado en la forma. Al hacerse uno con el cuerpo humano, se puso en movimiento la potencia creadora de Cristo por medio de su divino espíritu, para crear el nuevo cielo y la nueva tierra, convergencia de la santa creación de Dios. Naturalmente, esto no solamente atañe al aspecto físico o corporal, sino a la mente, el corazón, el alma, y todo lo que forma parte de la realidad humana y del universo material.


Quizá siga existiendo en tu mente la pregunta de para qué se le dio al alma humana la opción de recorrer un camino que conllevaría dolor y sufrimiento, es decir el opuesto al amor. Y con qué propósito se crearía una senda como esa, la cual finalmente podría llevar a la dicha del conocimiento divino, es decir de la felicidad perpetua. Para poder comprender esto, es necesario haberse despojado lo suficiente de las ideas de la mente aprendiz, y dirigirse al recuerdo que mora en el centro del ser. Una remembranza tan ancestral que ni siquiera el tiempo puede abrazarla.


Haz silencio en tu interior. Cierra los ojos si lo consideras necesario. Permite que el dulce recuerdo de tu Divina madre resplandezca con mayor luminiscencia en tu santa mente. Deja que la suavidad de la verdad se te muestre alegremente. Sin juicios. Sin ideas preconcebidas. Sin interpretaciones. Simplemente calla, observa y recuerda.


En ese recuerdo del momento de la creación de la idea de separación, reconocerás que no se trata de que se le haya dado al alma una opción entre tantas, las cuales incluirían algunas que causaran daño, sufrimiento y falta de amor. Ninguna de esas cosas son una opción en Dios. Tampoco en ti. El amor no propone cosas destructivas, ni la verdad cosas insensatas. La opción por la separación no es una opción propiamente dicho. Es un efecto del deseo de crear una realidad de conocimiento de uno mismo separado de la unión con la totalidad. Es un modo de crear del alma, que no está en armonía con la fuente creadora.


III. El impulso de ser


El alma nunca crea cosas contrarias al amor, en sí. Lo que sucede es que cuando decide crear a su modo, sin permanecer unida a la fuente de la creación eterna, es decir a su divina realidad, fabrica cosas que desde su ignorancia desconoce qué efectos acarreará. ¿Acaso escuchar algo así - o vivirlo - es algo que debería causar sorpresa? ¿Es sensato sorprenderse por aquello que sucede tan a menudo que pareciera ser el modo natural de la existencia? ¿Acaso no decides cosas que crees que serán una bendición para ti, y luego compruebas - por medio de sus efectos - que no lo han sido? ¿Cuánto dolor se crea en el mundo por no ser conscientes de las consecuencias de los actos?


No es que el alma haya querido sufrir, o que se haya rebelado y recibió un justo castigo por su pecado. Abandona esa creencia para siempre, pues considerar algo así te impedirá vivir plenamente en la consciencia de la resurrección. Más bien, lo que buscó con la separación fue crear una identidad única. Y lo hizo sin darle participación a su fuente. Es como si hubiera dicho: “quiero conocerme a mí misma. Para ello crearé una identidad que me permita ser única, irrepetible, y además conocible. Yo misma determinaré qué soy.” Esto surgió de la idea de que solo el alma podía conocerse a sí misma, nadie más.. Esto trajo como consecuencia el germen del egoísmo. Es decir, de un estado de existencia donde el alma es su propia fuente del saber y obrar.


El alma sabía que Dios es misericordia infinita, aunque no sabía en qué consistía ello. Por lo tanto, la idea de ser su propia creadora, en el sentido de definir por sí misma lo que ella es, no le engendraba miedo ni rechazo ya que sabía que su divina Madre corregiría esa creación junto a ella, si fuera necesario. La osadía de crear a la manera del alma separada de Dios no es tan grande si se entiende el hecho de que el conocimiento del alma incluía el saber que, cualquier cosa que creara podría ser re-significada en el amor y reunida con la verdad. No tengas dudas de que ese conocimiento forma parte de ti desde toda la eternidad.


Sabes que no estás sola, y que siempre serás amada. También, que existe el cielo, y que ese es tu hogar. Lo sabes muy bien. Conoces, además, la infinita bondad de aquella que no solo te ha creado, sino que te sostiene en la existencia con su infinita dulzura, y la suavidad de su eterna santidad.


Cuando optaste por la separación, también viste que Cristo se encarnaría, y que la Resurrección recrearía todo en santidad y justicia. Sabías además que recorrer ese camino te haría alcanzar un grado de unión con el amor que ningún otro camino lograría. Ese también era un efecto de tu elección. Viste, observaste, y elegiste el camino perfecto para llegar a ser como Dios en Dios, lo cual es la voluntad de tu alma y la de tu divina Madre.


Creaste, a tu modo, un auténtico universo de experiencias. Cada aspecto de esa creación fue reunido en Cristo para que, sin dejar de honrar tus creaciones, pudiesen ser benevolentes, inofensivas, santas, y llenas de la verdadera belleza de tu ser. Tal como siempre has querido que sea. En otras palabras, todo lo que has creado, y en lo que has creído, será siempre respetado, y amado. Y si no está cimentado en la verdad, mi divino amor lo tomará dulcemente en sus manos, te lo mostrará, y juntos lo re-significaremos, llevándolo al trono de luz. Allí donde todo lo que se le entrega al amor es santificado, en razón de lo que la hija de Dios es.



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