Eslabón de luz, recibido por Sebastián Blaksley
Extracto de la obra que se encuentra en proceso de recepción por Sebastián Blaksley, denominada hasta el momento como "Resurrección: La conciencia del nuevo cielo y la nueva tierra"
21. Eslabón de luz
Hijito mío. He dicho que abordaremos el asunto que hemos llamado “trauma intergeneracional”, lo cual también podría denominarse como “transgeneracional”, ya que se refiere al sufrimiento que traspasa la limitada esfera de la experiencia consciente del alma en el tiempo y el espacio. Lo hacemos para derramar sobre ello la hermosura de la luz del amor.
Escucha con santa atención y serenidad de espíritu lo que a continuación se dice. Recuerda, amado de mi ser, que nunca estás solo, que este camino de revelación divina lo recorremos juntos en la unidad del amor. No para crear nuevas teorías o creencias, sino para recordar la belleza de la verdad. Y dado que la verdad te hará libre, elevar más el ya elevado vuelo de tu alma.
Tal como ya sabes, no solo con tu mente intelectual y tu corazón, sino con tu consciencia, los hijos e hijas de Dios disponen eternamente de libre albedrío, puesto que ello forma parte de su ser. Consecuentemente, son llamados a optar libremente por el abandono de todo lo que no es verdad. Es decir, de aquello que no procede de la mente de Cristo ni del corazón de Dios. Optar, en este contexto significa deshacer, o desandar.
Recordemos juntos ahora lo siguiente. Como alma pura, eres una conmigo que soy tu Divina Madre y creadora. En razón de ello, participas de todo lo que yo soy. Nuevamente, somos unidad. Si unes los puntos de lo que aquí se revela, reconocerás jubilosamente que la filiación – en tanto que es unidad con la fuente creadora - toma parte en la salvación. Lo hace participando de la sanación del dolor que solo ella puede sanar en unión con el amor. Esto es una cuestión de comunión de su voluntad con la de Dios.
En cierto modo, podemos decir que - como Cristo - he sanado todo lo intergeneracional que procede de más allá de tu experiencia en el tiempo, a la vez que permanezco unido a ti para que juntos sanemos la parte terrenal del sufrimiento que solo tú puedes sanar conmigo. Es decir, la que se experimenta en tu alma. De ese modo, también te haces uno conmigo, ya que mi capacidad de reunir el dolor dentro de mi corazón para transmutarlo en luz, también existe en ti.
Amada de mi divino ser. Recordémoslo con claridad. Tú participas en la redención del universo. Lo haces, haciéndote una conmigo por medio de la sanación del sufrimiento intergeneracional. Es decir, del trauma universal que tu alma abraza, como acto de amor, con el fin de transformarlo en elevación de la consciencia. Y lo haces para que toda la creación pueda retornar a la casa del padre junto contigo. En otras palabras, sanando tu mente y corazón sanamos esa parte del universo que solo tú puedes sanar en mí y yo en ti.
Si se comprende bien lo que aquí se está diciendo, se entenderá que: la gracia de participar de la sanación universal, transmutando la parte que cada alma es capaz de sanar en unión con Cristo, en razón de su voluntad de ser una con su Divina madre en todo, es un acto de la misericordia sin fin. Y uno que se realiza en perfecta unión del libre albedrío del alma con Dios, quienes eligen deliberadamente permanecer unidos por siempre en el amor.
Ahora permíteme recordarte lo siguiente. Al unirte a la redención del mundo, o expiación, te unes a Cristo en un grado de unión que hace que los efectos de ello sean totalizantes y totalizadores. Así es como te haces uno en la totalidad con Dios. Si no tomaras parte como eslabón bendito en la cadena de expiación – pues eso es lo que la sanación es - por medio de la recolección del trauma trans-generacional en tu alma para transmutarlo, entonces algo de tu divina fuente no estaría en ti ni tu en ella. Algo así no sería unión, ya que no sería unidad total.
¿Puedes comenzar a ver cuán semejante eres a tu divina fuente creadora? ¿Comprendes ahora, hija de mi ser, por qué el sufrimiento entregado a Cristo tiene la capacidad de abrir las puertas del reino de los cielos para ti y el mundo entero?
Eres un salvador, tal como lo soy yo. Eres redención. Eres resurrección y vida. Eso se debe a que somos uno en todo. Tu ser y mi ser son unidad. Somos almas expiatorias. Esto es algo que tu ser sabe muy bien, puesto que ha venido al mundo con el conocimiento de lo que es. Por lo tanto, conoce lo que aquí se revela.
Dentro de la vasta experiencia terrenal, experimentas dolores que sientes que no son tuyos, por el hecho de que no guardan relación alguna con tu vivencia directa en el mundo. Y en efecto no lo son, en el sentido estricto de esa expresión. Tal como tampoco lo eran de Dios – estrictamente hablando – al reunirlos en la cruz. Y sin embargo, el amor tiene la capacidad de abrazarlos, atraerlos hacia sí mismo, y transmutarlos en luz de resurrección.
No existe dolor que no pueda ser sanado por el amor. Tampoco separación que no pueda ser desvanecida en su divina luz. Ni herida que no sea curada en su abrazo. Recuerda, hijo de la santidad, que todo lo que no procede de la verdad queda deshecho en Cristo. Esto es lo mismo que decir que todo lo que no es amor, se desvanece al unirse a ti, en razón de lo que eres.
¿Acaso el alma, cuya dicha perpetua reside en ser una con Dios, dejaría de participar de la obra de redención que el amor puso en marcha en el mismo instante en que la separación, con su consiguiente estado de consciencia de culpabilidad, había sido concebida en la fantasía de las mentes que así lo habían dispuesto?
Conoces, pues ya vives en la verdad, que el divino amor, fuente de la creación, jamás abandonaría a sus criaturas dejándolas atrapadas en una cárcel sin aparente salida. De hecho, nunca permitiría que algo así exista como verdadera opción. Sabes que el amor reconoce que, ni la prisión es real, ni el dolor tiene por qué perpetuarse, ya que en su amorosa esencia reside el poder de la resurrección, cuya potencia sobrepasa toda medida.
Si el alma, en su experiencia humana, es capaz de recibir en sí misma los sufrimientos que otros hermanos y hermanas han sufrido, con el fin de completar la sanación de ese dolor en la consciencia universal e individual, señal es que la comunión universal existe. En razón de ella, la resurrección devuelve al estado de gracia todo lo que es alcanzado por su realidad.
Así como la verdad puede extenderse hacia la ilusión, el amor puede adoptar cualquier forma, uniéndose a ella y santificándola en razón de lo que es. En esta afirmación que la sabiduría del cielo aquí te recuerda, reside la escapatoria total del mundo de la culpabilidad. En otras palabras el regreso a la vida eterna.
Amada mía, has de recordar que la resurrección es la respuesta del amor a la creación, cuando esta decide recorrer caminos ajenos a la verdad. No importa qué forma adopte ello. Siempre que una parte de la creación, o incluso su totalidad, piense de manera diferente a la mente de Cristo, y fabrique ilusiones para sumergirse en mundos de fantasías, la resurrección estará presente y permitirá que pueda regresarse al estado de gracia. Alégrate de que así sea.
Benditas sean todas las almas. Bendita la santa resurrección. Bendita seas tú, alma enamorada, que reconoces en estas palabras la voz de la verdad y la sigues. Ahora te pido que cierres las puertas y ventanas, que son los sentidos corporales. Te quedes en silencio. Y digas para tus adentros lo que el cielo te susurra al corazón por medio de la siguiente afirmación de la verdad:
Amor creador, fuente de mi ser. Permítaseme reconocer ahora que ya he sido liberada de toda herencia contraria a la verdad. Y decir jubilosamente de todo corazón: Soy resurrección. Soy vida. Soy eternidad.
Ahora decimos amén. Y de ese modo dejamos que estas palabras de vida eterna iluminen tu humanidad y a todo aspecto de la creación que este dispuesto a vivir en la verdad por los siglos de los siglos.