Fundidos en la luz de la verdad - Carta 82
- Sebastián Blaksley
- 29 mar
- 6 Min. de lectura
I. Una sola voluntad santa
Hijitos míos, id serenos por el mundo. No hay prisa. Las preocupaciones de la vida os crean ansiedades que finalmente os entristecen. La vida está en manos de Dios. En verdad, en verdad os digo que todo saldrá bien. El amor es la fuente de la vida y la sostiene sin cesar. En cada célula de un cuerpo, en cada gota de agua de un mar existe el amor. En cada canto de cada ser viviente reside la belleza de la santidad.
Lo que el amor ha creado no puede descrearse. Todo es eterno en el amor. Esta verdad es motivo de alegría para aquellos que miran las cosas a través de los ojos de la sabiduría. Lo que no procede del amor no permanecerá, porque no tiene una fuente real en la que apoyar su existencia. Puede parecer verdad por un instante —en la mente que teje fantasías— pero no lo es en la realidad divina. Los pensamientos que no proceden del amor son para la consciencia como un pequeñísimo corchito que flota en la superficie de un océano sin fin. Va vagando sin rumbo, movido por las olas de la vida. Tarde o temprano se funde con el agua, haciéndose uno con ella.
Hijos bienamados, el ego no tiene vida propia. Obtiene su fuerza de vosotros mismos. Es por ello que os debilita. Sin embargo, sois vosotros, con la ayuda del Espíritu de Dios, quienes podéis desarticular esa relación que no tiene nada de santa, nada que sea dicha y paz duradera. Oíd el grito que existe en vuestros corazones llamándoos a la felicidad perpetua. Oíd vuestro llamamiento a la plenitud. No ahoguéis esos sentimientos profundos. Ellos os guiarán al cielo.
Sed pacientes con vosotros mismos, para poder serlo con los demás y con la vida. En la dimensión del tiempo existe un tiempo para todo. Aun eso tiene un propósito, y lo podréis conocer si lo ponéis en manos de Dios, fuente de todo significado. Dejad que la vida venga a vosotros y se viva a través de vuestra existencia. En todo siglo ha existido una tendencia a creer en el fin del mundo y en un final catastrófico. Sin embargo, amados de mi Inmaculado corazón, eso no sucederá así. El final de los tiempos existe, porque el tiempo no puede ser eterno, en razón de lo que es. A pesar de ello, todo será transformado dentro del amor, tal como sucede con un corchito que flota en el inacabable océano de la verdad. Vosotros estáis llamados a colaborar con esa transformación. Y lo estáis haciendo.
Vengo llena de alegría, a daros un mensaje de verdadera esperanza. De fe inquebrantable en el amor. Vengo a deciros en verdad, que el amor lo abraza todo. Y que su fuerza es más poderosa que todo lo que podéis siquiera imaginar. Aquello de donde surge la vida no puede ser tan débil que no pueda cambiar el curso de las cosas. De ser así, existiría algo que pudiera quedar fuera del alcance de Dios, y eso es imposible. El amor es señor de la historia. Es la base sobre la que se apoya todo devenir. El amor os está mirando constantemente. Os vigila. Contempla cada brizna de viento, cada hoja que se cae de cada uno de sus árboles bienamados. Nada sucede sin su consentimiento, en razón de un bien superior.
No existe mayor servicio a la humanidad que el de permanecer en la presencia del amor. Esto significa, vivir unidos a la consciencia de Cristo. En la medida en que vivís en la divina unidad del ser, en esa medida transformáis el mundo con Dios. El poder de la unidad es el poder de la creación y de su fuente. Nada puede compararse con su fuerza creadora. Crea, recrea y enamora a cada instante. Permaneced en ella todos los días de vuestras vidas. No hay que hacer ningún esfuerzo para ello, solamente se necesita una pequeña dosis de buena voluntad.
II. El reino te pertenece
Yo soy la llave que abre las puertas del cielo. Venid a Mí y seréis testigos vivientes de las maravillas del Reino de Dios. Conoceréis la belleza de un amor que no tiene principio ni fin. El amor de la santísima trinidad. Confiad en Mí, y no quedaréis insatisfechos. Soy la esperanza que no defrauda. Soy la eterna servidora del amor. Permanezco en vuestra respiración. En vuestros átomos. En vuestra mente y vuestros corazones. En cada rayo de sol que despunta en cada amanecer. Estoy en la belleza de las cosas, y la grandeza de los sentimientos nobles. Estoy unida a vosotros en cada lágrima que brota de vuestros ojos, e incluso en aquellas que no han brotado aún. Os abrazo en cada momento y lugar. Aun en el caso en que vosotros no me miréis, ni os percatéis de las delicias de mi amor de Madre divina.
Haceos conscientes de mi presencia actuante en vuestras vidas. El amor os rodea por todas partes. Os regala cada gota de rocío matinal, la hermosura de las flores, la palabra de aliento de un amigo del alma, el buen consejo de un padre lleno de luz y amor, el beso de una madre hacia su hijito. La llamada alegre de vuestros hijos. La compañía amorosa de vuestros seres queridos. La fuerza de superación. La ternura de un colibrí. Todo eso —y mucho más— son regalos del amor del Padre. Vivid agradecidos por las cosas lindas que os da la vida. Sed un canto de esperanza para vuestros hermanos y hermanas.
Os he dicho en verdad, que soy la llave que abre las puertas del cielo. Y también, que soy toda de mis hijos, porque soy toda de Dios. Así como os he regalado la pureza de mi corazón Inmaculado —y la habéis hecho vuestra— hoy os entrego la llave del Reino. Os la doy como tesoro de inestimable valor. Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en las alturas en razón de ella. Deposito en vuestras manos la clave para entrar a la vida eterna. Vosotros que habéis reconocido que todo lo que es verdad tiene su origen en el amor, ahora iréis por el mundo iluminando las mentes que permanecen oscurecidas. Sanaréis los corazones que aún siguen gimiendo, por causa de la desdicha de un mundo del cual no se han desapegado del todo. Mostraréis que existe el amor. Daréis testimonio de la verdad. Seréis la luz del mundo.
No estáis solos en vuestro camino. La Madre os acompaña donde quiera que vayáis. Los Ángeles del Cielo os asisten a cada paso. Y mi divino hijo Jesús os bendice en la santidad de vuestro ser. Recordad que cuando el Espíritu Santo os ilumina, conduciéndoos por el camino de la santa instrucción, os fortalece para que salgáis al mundo a llamar a otros a retornar a la morada de la luz. Esa llamada se hace presente ahora. Es el repicar de las campanas del señor, el canto de los serafines. Es Dios mismo quien os está llamando a ser co-redentores conscientes del universo. A ser colaboradores en la creación del nuevo reino terrenal, por medio de la unión con Cristo. Alegraos por este llamamiento.
Os estoy invitando a permanecer en la verdad. A ser conscientes del poder del amor que reside en vuestro ser. Desde esa potencia creadora sin fin, desde la cual vuestra existencia se nutre, podéis hacer milagros y transformar la realidad en santidad y beatitud. No existe otra manera de hacerlo. Solo el amor puede hacer que todo sea amor. Solo la verdad puede iluminar la oscuridad, haciendo que la belleza que está aquí se vea en toda su magnificencia. Solo la sabiduría puede hacer que los hijos de la luz salgan a la luz.
Os estoy llamando a saliros fuera de vuestros confines, hacia la vastedad del universo; para dar a los demás lo que habéis recibido en sabiduría y verdad. Os invito a que os entreguéis por completo a este llamamiento del Cielo. Es la invitación que habéis estado esperando desde antes de que fuerais concebidos en el tiempo. Esta es la esencia del sentido de vuestra existencia: fundiros en la luz de la verdad para servir a la causa y efecto del amor. Ningún otro servicio es más sublime que este, ni más hermoso, porque en él reside la belleza del propósito de Dios.
Vivid en la paz del amor.
Gracias por recibir mis mensajes.

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