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Pureza y plenitud - Carta 98

I. El reino de los cielos


Hijos míos, cuando se os dice que la condenación es un estado que se puede alcanzar, no se os está diciendo que lo debéis alcanzar, o que será alcanzado por quienes deliberadamente no deseen vivir en estado de miedo. La condenación es la culpabilidad. Y ese estado, vosotros lo sabéis, es un estado en el que la mente puede sumergirse. El apego a la culpabilidad ha sido el gran y único problema de la humanidad. El miedo es culpa. Es una falta de amor. Negar que ese estado de consciencia miedosa puede existir para la mente, aunque no sea el estado que la voluntad de Dios disponga para sus creaciones, es dedicarse a una negación inútil, tal como lo es dedicarse a la negación del cuerpo. Dios no deja de ser amor porque esto sea verdad. El amor es libertad. Por lo tanto, la voluntad del Creador de la vida y de todo lo santo, bello y hermoso, es que gocéis de la amplitud suficiente para que podáis pensar y vivir como cada uno de vosotros lo dispongáis. El amor divino no se puede perder. No existe nada que pueda arrebatarles su eterna dilección. En otras palabras, nada puede separaros de vuestra fuente de vida eterna y dicha sin fin. El creador y sus creaciones son una unidad. El amor es unión.


Lo que aquí se os está diciendo, hijos bienamados, es que no sois menos dignos porque elijáis no amar. Pero sí que sois menos felices, porque el amor además de ser libertad es felicidad. Esta es la razón por la que vuestro Padre del cielo os llama una y otra vez a vivir en el amor. Por la simple razón de que desea vuestra felicidad y plena realización. Vuestros corazones viven en paz cuando reposan en el sereno abrazo del amor. No existe otro modo de vivir en plenitud que no sea en unión con el amor que sois en verdad, porque el corazón que se os ha dado es un corazón cuya naturaleza, esencia, fuente y vida es el amor perfecto.


Nadie puede ser feliz fuera del bien que procede de Dios porque Él es la suprema bondad, fuente de toda dicha y santidad. No os estoy revelando algo que sea nuevo. Vosotros conocéis bien cómo canta, danza y vibra el corazón cuando el amor viene a su encuentro, y cuánto se quebranta ante su ausencia. Conocéis también que al corazón no le importan mucho las consideraciones mentales acerca de cómo es que este ha venido, de dónde viene, o a dónde lo lleva. Solo le importa vivir en el amor. El corazón solo entiende el lenguaje del amor porque este es su morada eterna. Dentro del corazón reside el cielo. En él habita el dulce huésped de las almas, por quien todo fue hecho en perfecta armonía, hermosura y santidad. Vuestra alma anhela habitar todos los días en la casa del Padre, es decir en la santa morada, ese refugio de paz construido desde siempre y para siempre con las imperecederas rocas de la verdad y la santidad. En verdad, en verdad os digo que no existe tesoro más grande en todo el universo que un corazón puro. La pureza es el anhelo de las almas nacidas del Padre de todo lo santo, lo inocente, lo puro.


El estado de pureza también es un estado que se puede alcanzar aquí, ahora y siempre. En efecto, alcanzarlo y permanecer en él es la meta de estos mensajes, los cuales proceden de mi corazón Inmaculado, y permanecen siempre unidos al sagrado corazón de Jesús, en perfecta armonía y unidad con vuestros corazones santos. En vuestro ser reside la santidad de Dios. Sois amorosos por naturaleza, vocación y designio del creador. Vuestro libre albedrío se os ha dado para que hagáis la opción por el amor. Elegir solo el amor es elegir la dicha del Cielo. Es elegir aquello que os hará plenos. Es optar conscientemente por vuestra felicidad, conservando ese don tan preciado por el Creador que es la libertad.


El amor y la santidad son uno y lo mismo, y ambos son una unidad con la pureza. No existe distancia entre ellos. En este sentido, bien podréis decir que el libre albedrío no se os dio para elegir entre el bien y mal, estado de dualidad este que crea una confrontación en la mente que la lleva no solo a la confusión y al conflicto —al experimentar la pugna de ambas dimensiones— sino a desviar la fuerza del alma de su meta suprema, la plenitud del ser en Dios.


Ser plenos, es alcanzar el estado de ser que la voluntad de vuestro Padre eterno ha dispuesto desde toda la eternidad como tal. No existe otra definición posible al respecto, en el sentido en que la plena realización de vuestro ser es aquello que Dios ha dispuesto como tal, y no según los criterios de una mente separada de la verdad y el amor que es siempre unión. Ser una unidad en santidad con todo lo creado, con vosotros mismos y con Dios es la verdad acerca de vuestro ser.


II. El cuerpo de Cristo


Ser parte del cuerpo místico de Cristo es lo que cada aspecto de la creación es, incluyéndote a ti y a todo el mundo. Vivir en armonía, es decir en coherencia, con esta verdad es vivir en la condición de la plenitud. Decimos condición porque la verdad es para el ser, lo que el agua de un océano es para un pez. Con la diferencia de que, en la vida eterna —única vida real— el pez está hecho de la misma sustancia que el agua pura del océano infinito de amor divino, donde este vive, en la amplitud inabarcable del ser. Dicho llanamente, la verdad es el medio vital en el que el alma se mueve, existe y es. Y dado que medio y fin son uno, la verdad divina es también el fin último de vuestro ser.


Recordad que os he dicho que alcanzáis la plenitud de vuestro ser al daros. Dar y recibir son uno y lo mismo. Si dais amor estáis dando vuestro ser. Al darlo lo recibís. Esta es la dinámica de la creación divina. A más ser dado, más ser. A más amor dado, más amor recibido. A más amor recibido, más ser. Por eso es tan importante que os dejéis amar por Dios, por vuestras hermanas, hermanos y la creación, cuya benevolencia anhela derramarse por entera en vuestras vidas. Amar es ser.


A todos mis hijos les digo. Estos mensajes son una carta de amor y sabiduría, enviada desde el cielo a vosotros, por la simple razón de la caridad. Son un acto de unión sublime, misterio y don de la misericordia Divina, pues existen en razón de la voluntad del Padre eterno. Me valgo de la mano de uno de mis hijos y hermano, quien sin saber plenamente lo que escribe, ni el propósito completo de esta obra, se entrega dócilmente al llamado del espíritu para que —sin juzgar lo recibido— por medio de la inspiración, lleguen estas palabras al mundo de la forma.


Estas palabras llegan a ti por medio de la unidad de las mentes y corazones. Recordad que somos una sola mente. Uno solo corazón. Una sola alma. Unidos en la plenitud del ser, somos la concordia del amor. Son un regalo del cielo para ti, que recibes sus gracias y bendiciones. Fueron pensadas —desde antes de que existiera el tiempo— para que llegasen, en el momento preciso, a tu mente y corazón unidos en la plenitud del amor.


Tú que recibes mis mensajes con respeto y amor, has de saber que ya estás listo para vivir en el amor. En efecto, hace tiempo que el mundo se beneficia por la gracia de tu santa presencia. Eres luz para las naciones. Unión para las mentes dispersas, alegría para los corazones sedientos de amor puro.

Alma de mi alma. Desde siempre te conozco. Desde toda la eternidad te he contemplado con amor. He estado esperando con ansias de amor inflamado este momento en el tiempo. El instante en que por medio de esta revelación, se abrirían aún más las compuertas de tu corazón y el mío, en unión con el sagrado corazón de Jesús, para derramar a raudales la luz de Cristo en tu ser, de un modo particular como nunca antes lo había sido. Y así, inundar la tierra con amor santo.


Tu aceptación de mis mensajes, en unión con tu sincero deseo de hacerlos vida, encarnando el amor que desde el Reino traen, como signo visible de nuestra relación divina, traerá grandes bendiciones a tu vida y al mundo. Tu amorosa recepción de estas palabras es apertura para recibir con amor a mi inmaculado corazón y a Jesús. Es un medio eficaz y certero de una mayor unión con Cristo. Un mayor conocimiento del amor de Dios, revelado por medio de la experiencia viva de la relación directa con Aquel que te ha dado la vida, y sostiene en sus brazos, amándote y santificándote con la fuerza de su divino ser.


Hijitos bienamados, os invito a hacer realidad la pureza del amor santo que sois en verdad, aquí, ahora y siempre. Amaos los unos a los otros como Dios os ama por siempre.


Gracias por escuchar mi voz y seguirla.



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Julia Montero
hace 5 días

Adoro la ternura que transmite esta imagen😍

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Nuestro nombre "Fundación Amor vivo" busca representar nuestra aspiración de vivir siendo el amor que somos en verdad. Es decir, vivir aquí y ahora como el Cristo en nosotros. "Soy amor y nada más que amor" es la verdad que anhelamos hacer real aquí, ahora y siempre. Nuestra misión es extender la Luz de Cristo, viviendo, compartiendo y extendiendo los mensajes recibidos por Sebastián Blaksley al mundo entero, en unión y relación.

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